De gres a barro. Comparativa de materiales cerámicos para interiores y exteriores.

Cuando se habla de cerámica en arquitectura, es muy fácil pensar únicamente en lo decorativo, en esos acabados vistosos que terminan de dar personalidad a una fachada o a una estancia. Pero lo cierto es que detrás de cada tipo de cerámica hay decisiones técnicas, durabilidad, grados de porosidad, temperaturas de cocción e incluso formas de reaccionar al paso del tiempo o al clima que tienen bastante más peso del que parece a simple vista. Y ahí es donde entra en juego esta comparativa entre dos materiales con mucha historia, pero también con aplicaciones muy distintas: el gres y el barro cocido.

Cerámica estructural vs cerámica estética, entendiendo cada tipo.

Antes de ponerse a valorar diferencias concretas entre gres y barro, conviene aclarar que no todos los materiales cerámicos están pensados para lo mismo. Algunos tienen una función claramente estructural, como puede ser el caso de ciertas piezas de celosía o elementos que regulan la luz o la temperatura en un espacio. Otros, en cambio, se orientan más al acabado superficial, con más foco en lo visual, el tacto o el juego de texturas y relieves.

El gres, por ejemplo, es un material que se cuece a temperaturas muy elevadas y tiene una porosidad prácticamente nula. Esto lo convierte en una opción bastante versátil cuando se busca un material resistente, duradero y poco absorbente, apto para soportar humedad, heladas y cambios bruscos de temperatura. El barro cocido, por su parte, es más poroso, se cuece a temperaturas más bajas y guarda una relación directa con la tradición artesanal. Se trabaja mucho más desde lo manual y tiene un carácter mucho más vivo, lo que también lo hace más impredecible y variable según el proceso y el entorno en el que se coloca.

Gres porcelánico y gres extrusionado. Dos ramas del mismo árbol.

Aunque se hable de gres en general, es importante diferenciar entre sus dos grandes variantes. Por un lado está el gres porcelánico, muy común en revestimientos interiores, y por otro el gres extrusionado, que se emplea sobre todo en exteriores o en piezas de mayor grosor o formato. Ambos tipos tienen en común su baja porosidad y su resistencia a agentes externos, pero difieren en cómo se fabrican y en cómo se comportan ante el desgaste.

El porcelánico suele ser prensado en seco y luego cocido a más de 1200 ºC, lo que da como resultado un material compacto, liso y de aspecto muy limpio. Se puede encontrar en múltiples acabados, desde texturas rugosas hasta imitaciones de piedra o madera, con resultados que pueden llegar a ser muy realistas. Es ideal para suelos de zonas húmedas, cocinas, baños e incluso terrazas cubiertas.

El gres extrusionado, en cambio, se trabaja en húmedo, empujando la masa cerámica a través de una boquilla que da forma a la pieza antes de cocerse. Esto permite fabricar piezas más gruesas, con perforaciones o formas complejas, algo que resulta útil cuando se diseñan elementos como celosías, pavimentos drenantes o revestimientos exteriores. Su textura es algo más rugosa y natural, lo que le da un aire más rústico, aunque manteniendo la resistencia del gres.

El barro cocido, imperfección controlada con sabor a tierra.

Frente a la precisión técnica del gres, el barro cocido se mueve en un terreno mucho más orgánico. Se trata de uno de los materiales más antiguos utilizados en construcción, con siglos de historia en viviendas tradicionales, patios andaluces y suelos de interiores rurales. Su fabricación implica modelar la arcilla, secarla al aire y cocerla a temperaturas más suaves, en torno a los 900 o 1000 ºC, lo que deja la pieza más porosa y con un color más terroso.

Esa porosidad hace que el barro transpire, lo que lo convierte en un excelente regulador térmico en climas secos o calurosos. También ayuda a que se mantenga fresco en verano y, si se cuida bien, puede envejecer con bastante dignidad. Su tacto al caminar descalzo es agradable y su apariencia va evolucionando con el uso y la exposición, lo cual aporta un carácter único a cada espacio.

Eso sí, también tiene sus limitaciones: al ser más frágil y absorber agua, no conviene usarlo en exteriores donde haya heladas ni en zonas expuestas a una humedad continua. Tampoco tolera productos de limpieza agresivos ni el tránsito intenso si no se trata adecuadamente. Pero en interiores, sobre todo en viviendas que buscan una estética cálida y natural, el barro cocido sigue teniendo mucho sentido.

Uso exterior. ¿Cuál aguanta mejor los elementos?

Cuando se trata de colocar cerámica en exteriores, la pregunta clave es cómo se comporta el material ante la intemperie. Aquí el gres tiene ventaja clara: su resistencia al agua, su estabilidad frente a los rayos UV y su dureza lo convierten en una opción muy fiable. Además, el gres extrusionado permite crear piezas con cierto grosor, antideslizantes y con formas adaptadas a la evacuación del agua o la ventilación, lo que se agradece en patios, fachadas ventiladas o escaleras al aire libre.

El barro, aunque es muy bonito en patios o jardines secos, puede absorber humedad y provocar filtraciones si no se impermeabiliza correctamente. En climas donde hay cambios de temperatura bruscos, puede sufrir roturas por congelación. Por eso, su uso exterior suele limitarse a zonas cubiertas, porches protegidos o espacios donde el diseño prima por encima de la exposición continua a la intemperie.

Hay quien opta por proteger el barro con tratamientos hidrófugos, aceites o ceras que ayudan a reducir su absorción, pero esto implica un mantenimiento periódico que no todo el mundo está dispuesto a asumir.

Aplicación en interiores. Comodidad, diseño y sensaciones al tacto.

En ambientes interiores la cosa cambia. Aquí entra en juego el diseño, la textura, la sensación bajo los pies, y también la facilidad de limpieza. El gres porcelánico es práctico hasta decir basta: se limpia con facilidad, resiste productos químicos y mantiene su aspecto sin demasiados cuidados. Es ideal para zonas de mucho tránsito o espacios donde haya que combinar estética con funcionalidad.

El barro, en cambio, tiene algo que el gres no puede imitar del todo: su calidez visual y su textura cambiante. Aunque requiere más atención en cuanto a limpieza y mantenimiento, muchos lo eligen por esa pátina que va adquiriendo con los años, por esa capacidad de reflejar la luz de forma suave y por su compatibilidad con suelos radiantes, ya que transmite muy bien el calor.

En zonas como salones, habitaciones o incluso baños donde se quiera reforzar la sensación de hogar y cercanía, el barro cocido puede ser un acierto. En cocinas o espacios donde se derrame mucho líquido, tal vez sea mejor optar por gres.

Formatos y posibilidades de diseño.

Otro aspecto en el que se notan diferencias importantes es en los formatos disponibles. El gres puede fabricarse en grandes losas, piezas rectangulares, hexágonos, espigas, o incluso en sistemas modulares pensados para facilitar la instalación. Gracias a la tecnología digital, también puede incorporar texturas y colores muy variados, incluso con acabados metálicos, cementosos o de imitación madera.

El barro, en cambio, suele mantenerse fiel a su tradición: baldosas cuadradas, ladrillos rectangulares, tejas curvas o piezas con formas adaptadas al trabajo manual. Esto no significa que sea menos versátil, pero sí que se mueve en otro terreno, más ligado a la artesanía y a una estética intencionadamente imperfecta.

Desde Cerámica a Mano Alzada proponen precisamente este tipo de materiales, pensados no solo como acabados decorativos, sino como elementos cerámicos que responden a las necesidades del proyecto desde el diseño, adaptando los patrones y colores a medida y combinando materiales como gres extrusionado o barro cocido en piezas de celosía, relieve o revestimiento mural.

Sostenibilidad y huella ambiental. ¿Cuál deja menos rastro?

La sostenibilidad también entra en juego a la hora de elegir un material cerámico. En este sentido, el barro cocido tiene la ventaja de necesitar menos temperatura de cocción, lo que implica menor consumo energético. Además, al ser un material natural, biodegradable y sin aditivos químicos complejos, su huella ambiental es bastante reducida.

El gres, especialmente el porcelánico, tiene una mayor exigencia energética durante su fabricación, pero a cambio su durabilidad puede ser de décadas sin necesidad de sustituirlo. En este equilibrio entre consumo de producción y vida útil es donde está el debate real. Si el gres se utiliza en zonas de alto desgaste donde el barro debería renovarse cada pocos años, su durabilidad puede compensar ese gasto inicial. Pero si se trata de una vivienda donde se prioriza lo natural y se pueden mantener los suelos sin agresiones, el barro cocido puede resultar una opción más respetuosa con el entorno.

Sensaciones que no se pueden medir con herramientas.

Por último, hay una dimensión difícil de cuantificar cuando se comparan estos materiales: las sensaciones que transmiten. El gres es regular, funcional, limpio y controlado. Su belleza está en la perfección, en la repetición exacta, en la capacidad de adaptarse a lo que se le pida. El barro es lo contrario: cambia ligeramente de color entre una pieza y otra, tiene textura, pequeñas variaciones, y crea superficies con alma, con carácter.

No hay un material mejor que otro, solo decisiones distintas que responden a necesidades y objetivos distintos. Por eso, elegir entre gres o barro no debería basarse en modas ni en tendencias pasajeras, sino en cómo se quiere que el espacio se sienta, se vea y se viva día a día.

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Más comentados
Solucionando problemas

¿Qué empresa de hoy en día puede funcionar sin un equipo informático? Es que, si nos paramos a pensar, negocios

Wifi Comunitario

Hoy en día disponer de Internet es más una necesidad que un lujo. Los estudiantes lo necesitan para la escuela,

Nuestra galeria
Scroll al inicio